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Martes, 28 de mayo 2024

Manuel Rodríguez Illana

Andalucía necesita una reforma educativa

El portavoz de Adelante Andalucía en el Parlamento andaluz, José Ignacio García, ha denunciado con acierto la andalofobia implícita en las llamadas pruebas de diagnóstico o exámenes externos que se han pasado en varios centros de secundaria del país. Elaboradas por la Consejería de Educación, uno de sus criterios de evaluación positiva para la expresión escrita en la prueba de Lengua era “la ausencia de rasgos del andaluz”, según constaba en las instrucciones de corrección distribuidas al profesorado. Además, una de las preguntas apelaba al alumnado a elegir, de entre cuatro opciones, la correspondiente a la expresión que, según su enunciado, “preferiblemente debería usarse exclusivamente de forma oral”. Más allá de lo equívoco en esta formulación o de la presencia de errores gramaticales en las pautas de corrección para el profesorado (en el propio castellano estándar y, para más inri, en el apartado de “dominio de los mecanismos gramaticales”), la inclusión del arriba mencionado criterio y el hecho de que la respuesta considerada válida fuera “ser saborío” traslucen un problema de fondo que perpetúa en el plano simbólico, epistemológico y cognitivo la dependencia de nuestro país: la necesidad urgente de una reforma educativa que descolonice el vigente sistema de enseñanza.

No hace ni dos semanas que Alberto Núñez Feijóo afirmaba en un mítin del PP, partido gobernante en la Junta: “Si hablamos gallego y hablamos catalán y hablamos valenciano y hablamos andaluz (en el caso de que lo consideremos también un idioma con acento propio) hablamos todas las lenguas de España”. No sabemos si fue un lapsus o un guiño, pero tanto si se trató de algo involuntario como de un elemento introducido deliberadamente en su discurso, sin duda no fue algo ajeno al momento de reivindicación que pone en el foco la valorización de nuestros rasgos culturales. En este contexto, el terreno de la lengua está siendo protagonista y aparecen brotes (blancos y) verdes que apuntan, aun de forma incipiente, a un punto de inflexión, cambio de chip o germen de una nueva mentalidad hacia el andaluz hablado y escrito: colectivos como AndaluGeeks en pro del uso de una ortografía andaluza a través de herramientas tecnológicas y en Internet; los grafitis del artista urbano Pintarraheô; el primer manual didáctico para su aprendizaje, a cargo de Nuria Bayo y Fran Pereira; la creación literaria en andaluz de poetas como la malagueña Yolanda Pérez Cortés o la nazarena Mónica Rodríguez; su empleo en la esfera musical por parte de artistas como el conocido grupo Califato ¾; el habla desvallisoletanizada y sin complejos de cada vez más periodistas, sobre todo jóvenes (algo muy importante y revelador del cambio de tendencia), incluso en medios estatales, como la musicóloga Ana Reina en varios programas de la emisora estatal Radio Clásica… Estamos ante toda una eclosión de síntomas que denotan una revalorización del capital lingüístico de las personas andaluzas y en la que nuevos protagonistas vienen a sumarse al impagable trabajo de concienciación llevado a cabo desde hace ya tiempo, en una prolongada suerte de travesía del desierto que da sus frutos hoy, tanto por personalidades académicas como el antropólogo Huan Porrah o el investigador Francisco García Duarte desde la Sociedad para el Estudio del Andaluz-ZEA, como por la dilatada trayectoria musical de Karim Aljende en el frente cultural a la cabeza del proyecto FRAC-Fundación de Raperos Atípicos de Cádiz. Hasta la marca simbólicamente andaluza de una famosa transnacional cervecera con sede en Holanda ha cambiado la narrativa habitual de sus spots, basculando desde el cliché tradicional del «sur» servicial, amable y fiestero hasta anuncios que se mimetizan con las actuales reivindicaciones identitarias en lo lingüístico; no deja de ser capitalismo y mercadotecnia, ciertamente, pero la publicidad, justo como fenómeno conservador por esencia, suele ser buen termómetro de los cambios sociológicos.

Sin embargo, los cimientos epistemológicos de las instituciones educativas permanecen prácticamente intactos. Más allá de declaraciones oportunistas de líderes políticos, la Junta de Juanma Moreno sigue la estela del régimen del PSOE financiando publicaciones y grupos de investigación destinados, siguiendo el paradigma que han evidenciado los criterios y preguntas de las pruebas externas de secundaria, a minusvalorar, denigrar relegándolo a la oralidad y el chascarrillo o incluso negar la entidad del andaluz. Precisamente algunos de sus representantes aprovecharon hace un año para cargar contra las propuestas de ortografía en andaluz en cuanto se divulgó que en Dos Hermanas la formación política con cuya intervención parlamentaria abríamos el artículo, Adelante Andalucía, había presentado una versión de su programa electoral para la ciudad. El arriba citado ejemplo editorial de didáctica del andaluz escrito encontró la negativa institucional del Centro de Estudios Andaluces (dependiente de la Junta), con sede en Coria del Río, cuando se le requirió espacio para presentarlo públicamente, pero por fortuna fue el Ayuntamiento de esa misma localidad, gobernada por una corporación andalucista, el que prestó su sede al efecto. Porque para toda administración colonial siempre es lo mismo, sacar a la lengua natural del país colonizado del texto escrito; no en vano, la ideología de este Estado es consciente de la dimensión política que comporta la existencia de una codificación lingüística, fruto y reproducción a la vez de un grado elevado de conciencia nacional e identitaria. El profesor Manuel Hijano y otros investigadores han desgranado en sus trabajos las claves discursivas merced a las cuales la Junta de Andalucía bajo el régimen del PSOE («-A») ha tratado por todos los medios, tanto a través de las intervenciones parlamentarias como de las normativas en educación, de abortar cualquier atisbo de autoconciencia étnica andaluza bajo la dilución en lo ‘español’ o lo ‘europeo’.

Y es que si algo ha cambiado en lo lingüístico respecto a la Administración llamada autonómica (el partido al frente de ella), ha sido para que, lampedusianamente, todo siga igual. Los manuales de secundaria (a cuya supervisión la Junta renunció hace tiempo) siguen incluyendo en su contenido los ingredientes esenciales de lo que recientemente ha descrito el lingüista Juan Carlos Moreno Cabrera como basura ideológica (lo es) y que perpetúan lo que el especialista e investigador onubense Ígor Rodríguez Iglesias (premio Tesis a la mejor investigación doctoral en 2019), aplicando a la ciencia del lenguaje el enfoque decolonial, denomina privilegio lingüístico, término acuñado para referirse a lo que sucede con el castellano centropeninsular frente a (sobre) el inferiorizado andaluz.

En las ciencias sociales y humanas, especialmente susceptibles de articularse en torno a discursos de opresión, el aparente rigor puede ser la envoltura de una ideología de dominación ante la que hay que estar muy alerta porque, como decía la escritora estadounidense afroamericana Audre Lorde, las herramientas del amo nunca derribarán la casa del amo. Es el caso que sucede cuando, por ejemplo, un filólogo de la nomenklatura orgánica (perteneciente a uno de esos grupos con subvenciones oficiales de los que hablábamos antes) publica una columna periodística en la que aboga por que los (y las) hablantes abandonen una serie de rasgos del andaluz que describe como realizaciones fruto de la “extrema relajación” y que no provocan sino el “descrédito” en su potencial audiencia. Si rastreamos el origen del concepto de esta supuesta “relajación”, absolutamente acientífico cuando se aplica al hecho lingüístico y que también reproducen los manuales de secundaria y cuantiosos libros académicos, llegamos, retrocediendo a través de la filología del período franquista como intermediación, a la ominosa Teoría de Andalucía perpetrada por Ortega y Gasset en los años veinte del siglo pasado, quien, estableciendo como polos respectivos a Castilla y Andalucía, planteaba una dicotomía de oposición entre el Norte y Sur simbólicos basándose en la teoría climática del barón de Montesquieu del siglo XVIII, en virtud de la cual tenemos a un Norte emprendedor, guerrero, conquistador, masculino, tenso y valeroso frente a un Sur holgazán, pasivo, pusilánime, propenso a ser dominado, afeminado y cobarde. El origen de este haz de oposiciones ha sido estudiado por Pierre Bourdieu y, tal como lo analiza el sociólogo francés (quien acuñó el término efecto Montesquieu precisamente para referirse a las formulaciones que pasan por científicas bajo un ropaje terminológico lo suficientemente ambiguo) constituyó uno de los ejes discursivos de la universidad occidentalizada, bajo cuya narrativa de matriz hegeliano se borró de un plumazo en el siglo XIX el liderazgo histórico de China (humillada en dicha centuria por las guerras del opio) en el desarrollo filosófico, científico y tecnológico de la humanidad, hasta entonces reconocido por todo el mundo, y se ocultó el origen egipcio (por tanto, africano) del a partir de entonces entendido como «milagro griego», tal como lo ha desvelado el historiador Martin Bernal. En suma, en lo relativo a Andalucía, y como viene a suceder con todos los pueblos subalternizados y dependientes, con lo de la «extrema relajación» se trata de hacernos pensar que somos pobres por vagos.

Es así como, aterrizando en el tema que nos ocupa, nuestros libros de texto nos dicen que Europa es un continente a pesar de constituir un mero apéndice geográfico de Asia, afirman que fue el alemán Gutenberg quien inventó la imprenta cuando ya existía 900 años antes en China, celebremos a Copérnico como el formulador de la teoría heliocéntrica (establecida por el persa Al-Biruni seis siglos antes) aunque copiara los teoremas matemáticos del astrónomo sirio Ibn al-Shatir (calculados hacía tres siglos) o consideremos un innovador a Leonardo da Vinci por esbozar un diseño de aparato para que el ser humano pudiera volar cuando quien lo puso efectivamente en práctica seiscientos años antes fue un andaluz nacido en Ronda y que vivió en Córdoba; en el caso (infrecuente) de que se le cite, como tenía nombre en árabe, Ibn Firnas, se nos lo extranjerizará diciendo que era «árabe» (o «moro») y no andaluz. Tampoco se da a conocer la figura de otro andaluz, el accitano (de Guadix) Ibn Tufayl, considerado el autor de la primera novela moderna con permiso de Don Quijote de La Mancha, entre otras cosas porque, como solo contamos con una asignatura de Lengua Castellana y Literatura, casi toda la producción literaria andaluza bajo el período andalusí nos es silenciada. Se puede estudiar latín y griego en la enseñanza secundaria pero no árabe, que es otra lengua clásica fundamental para entender nuestra historia, y la materia llamada Cultura Clásica se ciñe a la producción de Grecia y Roma dejando fuera a la civilización islámica. Se imparten las características del feudalismo, una formación socioeconómica bastante ajena a la historia de Andalucía, pero ignoramos las claves económicas y políticas de la estructura social que sí tuvo el país. Se nos narra al detalle las hazañas imperiales de Castilla y no tanto las penurias de las clases populares andaluzas en los comienzos de la Modernidad.

Hay una cita de García Lorca, nuestro poeta universal, que le he escuchado parafrasear varias veces a la cineasta Pilar Távora, especialmente señalada en el combate por la dignificación del andaluz en el producto y la creación audiovisual, a la hora de subrayar la importancia de la cultura en la liberación y desarrollo de un país: “Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro”. Añadía Federico: “Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales, que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social”. Para construirnos como país necesitamos descolonizar nuestras mentes y nuestras instituciones de conocimiento. Si la reforma agraria fue (y debe seguir siendo) una demanda innegociable del andalucismo político, debemos continuar teniendo en primer plano de nuestra agenda de liberación nacional y social, también, una reforma educativa que, desechando las herramientas conceptuales y epistémicas del amo, ponga fin a la esclavitud que ese Estado, junto a otras instancias de dominación, o como vehículo de esas mismas, ejerce sobre nuestro pueblo.

No sabemos cómo será en lo concreto la cristalización política y colectiva de esa atmósfera de reivindicación que estamos viviendo en la actualidad pero sí de qué nos tenemos que desprender. “El andaluz es nuestra lengua natural y no es inferior a ninguna otra lengua del Estado, lo hablamos sin complejos”, dijo ante el Senado español Pilar González con valentía y sin tapujos; era septiembre de 2021. Como era previsible la proclama provocó el escarnio tanto desde las filas del españolismo autóctono como del mesetario, pero a la larga la puesta en primer plano del debate lingüístico está sirviendo para ampliar la conciencia y despejar prejuicios acientíficos e ideológicos. Tanto aquella autoafirmación reivindicativa como la reciente pregunta parlamentaria sobre la andalofobia lingüística en las pruebas externas de la Junta a cargo de José Ignacio García están contribuyendo a generar y socializar el imprescindible debate en torno a la necesaria descolonización cultural. Ello nos muestra la importancia de tener una voz propia y de estricta obediencia andaluza en todos los ámbitos y foros institucionales posibles. Intervenir en la agenda política y mediática es un componente fundamental para, paso a paso, ir haciendo que hechos como el que se ha denunciado (por desgracia, aún frecuentes) dejen de pasar inadvertidos.