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Con mucho… ¿acento?

Hace un par de días, por caprichos del destino, me topé con un antiguo vídeo en homenaje al catedrático de Lengua y Literatura Española José María Pérez Orozco, en el que aparece Manu Sánchez haciendo un alegato épico en supuesta defensa del andaluz junto con algunos fragmentos de entrevistas al cátedra homenajeado.

 Sin causarme gran sorpresa, pude comprobar que Manu Sánchez se refería en todo momento al andaluz con el término acento en lugar de usar otros más correctos como dialecto, lengua o modalidad lingüística, aunque en mi opinión este último no sea del todo acertado. Y, por si fuera poco, el maestro Pérez Orozco aparece en una parte del vídeo negando que el andaluz pueda ser considerado un dialecto y, en su lugar, lo etiqueta como “un conjunto de hablas”. De sobra es conocido como este vago concepto es ampliamente utilizado por el españolismo lingüístico para negarle al andaluz la condición de lengua o dialecto bajo la falsa premisa de que existe tal heterogeneidad y disparidad entre las distintas variedades andaluzas como para poder determinar un tronco común sólido y homogéneo.

 Pero en la cuestión del “conjunto de hablas” no voy a profundizar, pues es un concepto propio del españolismo, ya que lo realmente preocupante es el término acento y cómo se ha instalado no sólo en una gran parte del pueblo andaluz si no que también dentro del andalucismo. Así que, partiendo de la definición que da la RAE sobre el término acento en su quinta acepción: Conjunto de las particularidades fonéticas, rítmicas y melódicas que caracterizan el habla de un país, región, ciudad, etc; voy a razonar de forma muy breve y a través de dos simples aspectos cómo este término no es correcto para referirse al andaluz como realidad lingüística.

 En primer lugar analizaré una palabra andaluza fácilmente comparable a su versión castellana. Esta palabra es yamá, que traducida al castellano sería llamada. Con este ejemplo podemos ver claramente que no estamos ante un caso de particularidad fonética, ni rítmica, ni melódica; ya que se trata de dos palabras distintas, una bisílaba y aguda frente a otra trisílaba y llana. Y es que el hecho de que podamos escribirla de manera tan distinta, incluso obviando el cambio de ⟨ll⟩ a ⟨y⟩, es una prueba bastante clara de que yamá no es el resultado de aplicar un acento a la palabra llamada; por lo que estamos ante un caso de sufijación andaluza claramente diferenciado de la castellana, es decir, que hemos entrando en una cuestión gramatical. Y al igual que ocurre con yamá tenemos muchos más casos de palabras derivadas a partir de esta regla de sufijación: xalá (chalada), pedrá (pedrada), puñalá (puñalada), roá (rodada), enteyá (dentellada), jincá (hincada), na (nada), ehgraziá (desgraciada), riá (riada), Graná (Granada), orbìá (olvidada)…

 En segundo lugar, sí el andaluz sólo fuera un acento, ¿por qué a lo largo de estos dos últimos siglos varios autores como: Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado Álvarez «Demófilo», Juan Rodríguez Mateo e, incluso, el propio Blas Infante; han escrito, usando una ortografía más o menos acertada, textos y obras en andaluz? Puesto que, a parte de ciertas particularidades fonéticas muy básicas, reflejar un acento en un texto con el alfabeto latino sería prácticamente imposible a menos que en su lugar se utilizara un alfabeto fonético como es el AFI.

 Ahora bien, lo que sí es cierto e innegable es que el andaluz no es monolítico y que consta de distintas variedades y acentos, como cualquier otra lengua, pero que derivan de un tronco común suficientemente bien definido. Así que, en conclusión, considero que usar el término acento para referirse al andaluz es otro de los grandes logros del españolismo lingüístico cuyo objetivo es el de seguir diluyendo nuestra lengua dentro del castellano como parte de un proceso de homogeneización lingüística a nivel estatal. Por lo que estimo de suma importancia que el andalucismo vuelva a calificar al andaluz como lengua o dialecto, y que deje de asimilar y tomar como suya una terminología manifiestamente errónea a la par que perniciosa.