Huenteh: Lavozdelsur.es Tambié publikao en Viento Sur

Este viernes La 2 emitía en su espacio UNED un tramo que se dedicaba a “San Millán de la Cogolla”, emplazamiento que se definía, tanto en la presentación como a lo largo de todo el programa, como “la cuna de la lengua española”.

Podemos establecer un nexo entre este discurso y otros mensajes mediáticos como el que, hace un lustro, se proyectó a raíz de la presentación de la edición en andaluz mijeño del clásico literario de Antoine de Saint-Exupéry Le Petit Prince (titulada en dicha versión Er Prinzipito), encargada por la editorial alemana Tintenfass y traducida por el profesor y antropólogo Huan Porrah Blanko. 

Sabido es que la reacción de la Brunete lingüística, también en su vertiente periodística, fue especialmente virulenta, hasta el punto de que, paradójicamente y a la inversa, uno de sus afortunados efectos fue el surgimiento de la reivindicación de la dignidad de nuestra lengua natural (al menos en ciertos sectores de la sociedad andaluza) e incluso la aparición de un nuevo sistema ortográfico para poner el andaluz negro sobre blanco, el hoy denominado Êttandâ Pal Andalûh o EPA, que se ha popularizado notablemente. 

Eso sería después, pero en aquel preciso instante se puso bien de relieve “el ruido y la furia de quienes consideraron un horror (hubo insultos)” aquella novedad editorial. “Afloraron tantos lingüistas como mecánicos cuando un coche se avería o abogados con muchas leyes”. Desde el entorno de la carcundia sevillana, uno de aquellas deyecciones verbales quedó registrada en la edición local del diario monárquico ABC combinando el ataque ad hominem con algunos de los ingredientes habituales de la receta mitológica del nacionalismo lingüístico español. En tal línea, la columna escrita al día siguiente de la presentación echó mano del sarcasmo para declarar que “ni las Glosas Emilianenses alcanzan la altura de estos padres de la patria de la lengua andaluza que acaban de abordar la traducción del Principito a un andaluz revolucionario”. Las mencionadas Glosas son las anotaciones manuscritas en euskera y en lengua romance de la época a un códice en latín. 

Con esta recreación propia de los ecos más que de las voces, el amanuense del diario de Vocento aludía (falsamente), de acuerdo con el mito del abolengo documental del español, a que supuestamente tales Glosas Emilianenses están entre los primeros testimonios del castellano, primera lengua romance que se pone por escrito. Sin embargo, según varias figuras expertas en la materia, incluso el propio abanderado de la filología española, Ramón Menéndez Pidal, o también Rafael Lapesa, tales glosas no están redactadas en castellano sino en navarro-aragonés. En cualquier caso, más allá de la etiqueta que pueda resultar óptima, lo que sí es seguro es que no eran castellano de ningún modo. 

Naturalmente, ello no ha impedido a la ideología españolista dar el salto hacia el último peldaño de la construcción del mito histórico: la memorialización. “Una vez que el relato histórico se ha convertido en mito; una vez que ha sido simplificado, corregido y pulido, es necesario repetirlo insistentemente para que se fije en la imaginación colectiva. Esto se hace mediante una serie de técnicas y mecanismos que nos resultan tan familiares que pocas veces los contemplamos como lo que son en realidad: una operación coordinada y sostenida a lo largo del tiempo para reforzar unos recuerdos y eliminar otros”.

Así, a pesar de la falsedad de que las Glosas Emilianenses estén escritas en castellano, la página web del monasterio de San Millán de la Cogolla donde fueron compuestas informa a eventuales visitantes de que allí se encuentran las “Primeras palabras en castellano” o el “Primer texto en castellano”. Lo curioso es que reproduce el texto original de ese supuesto castellano y debajo incluye una traducción… al castellano. Resulta un tanto extraño eso de que sea necesario realizar una traducción de un texto procedente de otro que se supone que pertenece a la misma lengua a la que se traduce. 

Este tipo de mixtificaciones obedecen a la fabulación de los supuestos momentos de creación o nacimiento de las lenguas. En concreto, el recurso a las Glosas Emilianenses encierra dos grandes manipulaciones. La primera consiste, como hemos visto, en establecer que las Glosas son los primeros testimonios de castellano, ya que la lengua romance que aparece en ellas es navarro-aragonés (o, desde luego, no castellano). La segunda radica en afirmar que los testimonios tempranos escritos de una lengua constituyen su acta de nacimiento, cuando en realidad si una lengua natural se empieza a poner por escrito es porque lleva ya bastante tiempo usándose oralmente. La idea de encontrar en las Glosas el acta de nacimiento del “español” es una manipulación interesada hecha desde el presente porque lo que existía entonces era toda una variedad de hablas de base romance muy cercanas entre sí, ninguna de las cuales permite trazar una línea recta temporal hasta la lengua castellana (“española”) normativa de hoy, de manera que si la lengua oficial del reino de España estuviera basada en una variedad aragonesa, por ejemplo, entonces tanto las Glosas como los poemas de Gonzalo de Berceo serían considerados oficialmente como antecedentes directos de ella y no del castellano de hoy. Así, con esa doble maniobra se trata de dotar de un aval histórico al tópico nacionalista de la primacía del castellano como lengua común. “Ser la primera lengua que aparece por escrito confirmaría su superioridad inicial, amén de su primacía temporal sobre las demás lenguas con las que el castellano convivió y convive”. Así, “la ideología del nacionalismo español intenta asociar esta lengua con el nacimiento de una nación”.. 

Hasta un expresidente de Telefónica reprodujo esa mitología escribiendo en una ocasión que “el conocimiento es poder. Lo es hoy como lo fue en la Edad Media, cuando monjes como los de San Millán de la Cogolla empezaron a plasmar su saber en textos escritos en español” (Alierta Izuel, 2008: 219). La misma narración es reiterada por la escritora leonesa Elena Santiago: “Aún permanecen las voces de eruditos, monjes y maestros, avezados estudiosos, desde tan largo tiempo guareciendo las glorias de nuestra lengua. Llegada al monasterio burgalés de Santo Domingo de Silos desde el lugar de nacimiento del castellano en el riojano monasterio de San Millán de la Cogolla, con la palabra como significación de identidad y existencia sagrada” (Santiago, 2008: 379). La última reunión de trabajo de 2004 para el cierre definitivo del Diccionario Panhispánico de Dudas, obra editada por la RAE y sus sucursales (principalmente latinoamericanas) agrupadas en la ASALE, tuvo de hecho lugar, al objeto de escenificar el mito del abolengo del español, en el Monasterio de Yuso y fue patrocinada por la Fundación San Millán de la Cogolla.

El referido cónclave se celebró por cierto un 12 de octubre, símbolo cronológico nada inocente y cuyos regüeldos aún tenemos cercanos en el calendario. Por cierto, en el proceso de edición, las academias (básicamente) latinoamericanas de la ASALE ni siquiera recibieron pruebas de imprenta, pero esa es otra historia. O igual no.